En los primeros minutos de Estar y tener, documental del realizador francés Nicolás Philibert, una serie de cuadros nos son presentados a la manera de un rompecabezas que deberemos completar a lo largo de los 104 minutos que dura el material: una pequeño camioneta atraviesa un estrecho camino cubierto de nieve; unos hombres protegidos con capas mueven a un grupo de vacas en medio de una ventisca; dos tortugas se desplazan lentamente por entre las sillas de un aula de escuela en dirección a un mapamundi.
El muy evidente contraste entre la velocidad de la pequeña camioneta (que seguirá apareciendo una y otra vez) y la calma de las tortugas (a las que nunca más veremos) insinúa una primera tensión a propósito del tiempo; a su vez, la oposición entre la lasitud de las tortugas y el tremendo esfuerzo de los pastores nos introduce en la segunda tensión articulada en el documental: el trabajo. Curiosamente, en un material en donde la espontaneidad de los protagonistas (los niños y el maestro) es fundamental, la presencia de las tortugas resulta un gesto de puesta en escena enteramente contrario al resto de lo recogido por la cámara; como si Philibert insistiera, por oposición, en el carácter enteramente “auténtico” de los hechos que ocurrirán en la clase. De un lado el tiempo breve de un sencillo curso escolar, pero también el tiempo todo de la vida para la cual los niños que aparecen en el relato se preparan; en tanto del otro, como medio de conseguir lo deseado, son colocados el trabajo, el esfuerzo y la voluntad. Así visto se trata entonces de un relato que, partiendo de la mínima vida dentro de un aula –escenario universal y a su vez apenas visible en la marea de la cotidianeidad- realmente habla de las más amplias aspiraciones humanas.
El otro elemento que balancea esta macro-relato del hombre en su dimensión global es el maestro, pues será él quien regule la actividad de los pequeños estudiantes. Regular, en el marco del documental, significa educar en el doble nivel de un contenido que debe de ser asimilado y de una textura ética que precisa ser transmitida; el maestro es el vínculo más visible no sólo entre el niño y el saber, sino entre la sociedad y su futuro. Por tal razón es que Philibert insiste en enseñar la manera en la que el maestro opera en la solución de los conflictos que surgen entre sus pupilos y que pueden ir desde una pelea hasta el brindar apoyo a una chica demasiado introvertida o a uno más cuyo padre está siendo tratado de una enfermedad grave, quizás un cáncer, que obliga a que le extirpen la laringe. La cámara de Philibert registra las más disímiles escenas: a veces, la dinámica grupal de los niños; otras, lo que sucede durante las clases; conversaciones íntimas del maestro con algún estudiante con dificultades; el ambiente familiar de los estudiantes e incluso podemos verlos mientras ayudan en las granjas de sus padres.
Desde el inicio la intención de Philibert fue mostrar las exigencias que debe enfrentar un maestro ante situaciones de aprendizaje escolar y de la vida en un grupo de entre diez y doce alumnos (una cantidad que permitiría a cada uno revelar su carácter delante de la cámara), sólo podía ser desarrollada en una escuela multigrado. Para seleccionar la clase en la que hubiera la exacta química entre maestro y estudiantes, además de detalles como el nivel de luz o ruido, fueron visitadas más de 300 aulas hasta que apareció esta en la cual hay niños desde los 3 hasta los 13 años. Con la misma delicadeza con la que el maestro, George López, prepara a sus estudiantes para la despedida (pues los mayores irán a una escuela normal al terminar el curso) y para el día del retiro, Philibert nos introduce en lo universal que hay en este pequeño mundo. Como un gran humanista.
Sin embargo, basta con los mínimos detalles que vamos descubriendo sobre este maestro, próximo a su definitivo retiro, para descubrir la inteligencia con la que Philibert aborda el problema: alguien que desea hacer “otras cosas” después del retiro y que explica a los alumnos que cuando vayan a la secundaria verán otro mundo, aprenderán y podrán explicarles cosas que él, un simple maestro de escuela multigrado en una geografía alejada, desconoce. Si a ello unimos la escena que muestra el repaso a uno de los estudiantes convertido en asamblea familiar (donde igual quedan evidenciadas las deficiencias de formación que tienen los mayores) o vemos a la de la madre de una de las estudiantes con dificultades confesar que no repasa lengua a la hija porque su francés es malo, casi un dialecto, o el dato de que el maestro vive en un piso construido encima de la misma escuela, la única forma de dar sentido a estas momentos fragmentarios es completando el rompecabezas con lo que significa el aislamiento cultural para todos los implicados.
Être et Avoir (2002)
Dirección: Nicolas Philibert
Fotografía: Laurent Didier, Katell Djian, Hugues Gemignani, Nicolas Philibert
Música: Philippe Hersant
Sonido: Julien Cloquet
Francia, 104 minutos, color
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La entrada es correcta. Me gusta.
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